Si profundizamos en la historia de Estados Unidos, encontrarás una plétora de acontecimientos e historias extraordinarias, desde George Washington cruzando el río Delaware hasta Abraham Lincoln liberando a los esclavos y Neil Armstrong caminando sobre la Luna. Sin embargo, cuando miras un poco más de cerca, algunas de las historias más conocidas no parecen del todo ciertas.
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Adaptado al español por Alba Mora Antoja, Redactora en Español para loveEXPLORING.
La batalla de El Álamo en 1836 fue una catástrofe. La fuerza de unos 200 tejanos que resistieron en la misión cerca de la actual San Antonio fue superada y la mayoría de ellos murieron. Pero la derrota ocupa un lugar especial en el folclore estadounidense: una heroica resistencia de 13 días contra un ejército mexicano mucho más numeroso que acabó con el sacrificio definitivo en nombre de Texas y de Estados Unidos. Cuando los tejanos se vengaron en la batalla de San Jacinto un mes después, “¡Recordad El Álamo!” se convirtió en un grito de guerra.
Sin embargo, se ha exagerado la importancia de El Álamo para el resto del país. En aquella época, Texas no formaba parte de Estados Unidos, sino que era un territorio mexicano que había estallado en revolución el año anterior. Los tejanos no estaban protegiendo un rincón de su nación, sino luchando, en parte, para mantener la esclavitud después de que México la hubiera abolido en 1829. Entonces, cuando derrotaron a los mexicanos, Texas declaró inicialmente la independencia en lugar de unirse a Estados Unidos. Siguió siendo una república durante una década antes de convertirse en un estado de Estados Unidos.
En 1870, William Canby presentó su trabajo The history of the flag of the United States (“La historia de la bandera de Estados Unidos) en un discurso ante la Sociedad Histórica de Pensilvania, en el que afirmaba que una costurera de Filadelfia llamada Betsy Ross confeccionó las primeras barras y estrellas en 1776, a principios de la Guerra de la Independencia.
Nada menos que George Washington se había puesto en contacto con Ross para esta tarea, y ella perfeccionó rápidamente el diseño sugiriendo el uso de estrellas de cinco puntas en lugar de las seis preferidas por Washington. Un año después, el Congreso Continental adoptó la bandera de barras y estrellas como la bandera de la nación.
Canby era nieto de Betsy Ross, y presentó su relato poco después de la Guerra Civil estadounidense, una época de mayor patriotismo en la que muchos y muchas estadounidenses echaban la vista atrás, teniendo la fundación de Estados Unidos un siglo antes muy presente.
Los historiadores e historiadoras no han encontrado prueba alguna que respalde la afirmación de Canby de que Ross hizo la primera bandera (un contendiente más probable podría ser Francis Hopkinson, uno de los Padres Fundadores). En cualquier caso, se hizo popular, y Ross sigue ocupando un lugar especial en el imaginario estadounidense.
Hoy en día, el legado de la Guerra de Secesión estadounidense, librada entre 1861 y 1865, sigue siendo un tema divisivo. En todo Estados Unidos, se han producido encarnizados debates sobre el futuro de las estatuas que representan a líderes y soldados confederados, y muchas han sido retiradas.
La guerra se considera, en general, una lucha entre la Confederación, favorable a la esclavitud, y la Unión, contraria a la esclavitud, pero ha habido innumerables afirmaciones de que la motivación principal de la Confederación no era en realidad la esclavitud, sino los derechos de los estados. Muchos historiadores e historiadoras han demostrado repetidamente que esto no es cierto.
Los documentos que anunciaban la secesión de los estados del Sur afirmaban claramente que la necesidad de proteger la esclavitud era primordial, dado que la economía del Sur dependía de la mano de obra libre. El vicepresidente confederado, Alexander Stephens, declaró, en 1861, que la piedra angular de su nuevo gobierno descansaba “sobre la gran verdad de que el negro no es igual al hombre blanco, que la esclavitud (la subordinación a la raza superior) es su condición natural y normal”.
Esto tampoco quiere decir que el Norte luchara únicamente para acabar con la esclavitud. Al principio, el objetivo más importante era preservar la unión. Solo a medida que avanzaba la guerra, la abolición se vinculó a la victoria final.
Incluso si dejas a un lado la cuestión de si las Américas pudieron ser realmente “descubiertas”, ya que estaban habitadas por poblaciones indígenas mucho antes de que llegaran los europeos, la reputación de Cristóbal Colón en Estados Unidos es difícil de justificar. Es innegable que los cuatro viajes que el explorador realizó a través del océano Atlántico marcaron el inicio del asentamiento, la conquista y la colonización del llamado Nuevo Mundo. Además, generaciones de estadounidenses han honrado sus logros con una festividad anual.
El primer problema con su reputación es cronológico: se cree que el explorador nórdico Leif Erikson desembarcó en la Norteamérica continental hacia el cambio de milenio, unos 500 años antes que Colón. El segundo es geográfico: Colón viajó por varias islas del Caribe (las Bahamas, Cuba y La Española) y más tarde desembarcó en partes de Sudamérica y Centroamérica. Pero nunca vio la tierra que se convertiría en Estados Unidos.
También mantuvo, hasta su muerte, que, en realidad, había descubierto una nueva ruta hacia las Indias Orientales, razón por la que a la población nativa se la conocía como “indios”, término que perduró durante toda la colonización europea.
¿Has oído alguna vez que el cuerpo congelado de Walt Disney yace oculto bajo la atracción Piratas del Caribe de Disneylandia, que convenientemente se inauguró solo unos meses después de su muerte en 1966? ¿O quizás has oído alguna vez que solo se congeló su cabeza? Un mito muy persistente sostiene que, tras morir de cáncer de pulmón a los 65 años, el creador de Mickey Mouse ordenó que metieran su cuerpo en una máquina especial y lo mantuvieran en hielo hasta que la ciencia desarrollara la tecnología necesaria para reanimarlo.
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Indudablemente, Disney tenía el dinero y la fascinación por la tecnología necesarios para llevar a cabo una posproducción tan innovadora. Pero hasta ahí llega la historia. La verdad es decepcionantemente mundana: los registros muestran que fue incinerado y sus cenizas fueron enterradas en el Forest Lawn Memorial Park de California.
En 1972, la hija de Disney, Diane, echó más agua fría sobre el rumor, diciendo que dudaba que su padre hubiera oído hablar siquiera de la criogenia. Sin embargo, perdura, y el estreno del gran éxito de Disney, Frozen, desató un rumor aún más extravagante de que la película se había hecho para hacer que el plan criogénico inexistente de Walt Disney dejara de estar entre los primeros puestos de las páginas de resultados de los motores de búsqueda.
“El mundo apenas tomará nota ni recordará durante mucho tiempo lo que digamos aquí”, dijo el presidente Abraham Lincoln durante un breve discurso pronunciado el 19 de noviembre de 1863 para consagrar el Cementerio Nacional de los Soldados en Gettysburg, Pensilvania. Cuatro meses antes, el Norte había ganado el enfrentamiento más sangriento de la Guerra de Secesión, que causó unas 50.000 bajas y cambió el curso de la guerra. Aunque el Discurso de Gettysburg de Lincoln pasó a la historia como uno de los grandes discursos, ni siquiera estaba programado para ser el discurso principal de aquel día.
Edward Everett, estadista a menudo aclamado como el mejor orador de su época, habló, sin notas, durante dos horas sobre las guerras a lo largo de los siglos. Compáralo con el discurso de 271 palabras de Lincoln, que duró un par de minutos. “En los gloriosos anales de nuestro país común no habrá página más brillante que la que relata las batallas de Gettysburg”, concluyó Everett, entre grandes aclamaciones. Sin embargo, cuando las “pocas observaciones apropiadas” del presidente se publicaron en los periódicos, el poder de sus palabras fue celebrado al instante.
Como campana en funcionamiento, la emblemática Campana de la Libertad fue, cuando menos, decepcionante. Encargada en 1751 por la Asamblea de Pensilvania para colgarla en la nueva Casa Consistorial de Filadelfia, se partió en su primer toque de prueba y tuvo que ser refundida dos veces. Existe la leyenda de que se rompió cuando la hicieron sonar unos patriotas demasiado entusiastas para conmemorar la Declaración de Independencia, y que se rompería varias veces más antes de verse obligada a guardar silencio.
La Campana de la Libertad, que recibió su apodo de los abolicionistas del siglo XIX, sonó claramente por última vez para conmemorar el cumpleaños de George Washington en 1846. Ahora se erige como un hito estadounidense, con su característica grieta a la vista de todos. Pero esa no era la fisura fatal: en realidad, es fruto de un intento de reparación en la década de 1840, evidente por las marcas de taladro. En cambio, hay otra grieta delgada que parte de la parte superior de la campana (irónicamente, atraviesa la palabra “Libertad”) que fue la que realmente causó el daño e impidió que volviera a utilizarse.
Una historia perdurable de la Guerra de la Independencia es la “cabalgata de medianoche” de Paul Revere. La noche del 18 de abril de 1775, el platero y revolucionario declarado galopó de Boston a Lexington para advertir a las milicias de Massachusetts de que las fuerzas enemigas estaban en camino, supuestamente al grito de “¡Vienen los británicos!”. Aunque ciertamente fue un mensajero importante aquella noche, la leyenda de Revere se ha idealizado mucho hoy en día, en gran parte gracias a un poema del siglo XIX de Henry Wadsworth Longfellow.
Revere era solo una parte de una red que realizó el viaje nocturno, y ni siquiera llegó a la distancia más lejana. Tras llegar a Lexington, intentó llegar a Concord, a unos 9,6 km de distancia, pero fue detenido por una patrulla británica. Correspondió a su compañero Samuel Prescott completar el viaje. Además, había pocas probabilidades de que alguno de los jinetes hubiera gritado aquella famosa frase: en aquella época, los colonos se consideraban orgullosamente británicos, así que ¿qué habrían querido decir gritando: “Vienen los británicos”?
Según la leyenda, y la película de Disney, Pocahontas, hija del jefe Powhatan, se enamoró de un colono de Jamestown llamado John Smith y le salvó de ser asesinado por su propia gente poniéndose valientemente en peligro. Algunos detalles son erróneos. Para empezar, en realidad se llamaba Amonute o Matoaka, y el apodo de Pocahontas, que significa “juguetona”, se le había dado por su comportamiento travieso. Esto se debe a que, en esa época, hacia 1607, tendría entre 10 y 12 años.
Smith, que efectivamente se hizo amigo de la niña Pocahontas, era notoriamente jactancioso y solo relató la historia de haber sido salvado por ella muchos años después. ¿Se lo inventó o adornó una vivencia que le pasó a otor? En cualquier caso, los historiadores están de acuerdo en que nunca ocurrió, y desde luego nunca se enamoraron. Pocahontas sería capturada más tarde por colonos ingleses y pasó un año cautiva, durante el cual se convirtió al cristianismo y adoptó el nombre de Rebeca. En 1614, se casó con John Rolfe (para entonces, Smith ya no existía) y fue llevada a Inglaterra, donde murió en 1617.
En noviembre de 1620, tras más de dos penosos meses en el mar, el Mayflower desembarcó en Nueva Inglaterra con 102 hombres, mujeres y niños que buscaban una nueva vida. Habían escapado de la persecución por sus creencias religiosas puritanas en Inglaterra (donde, en su opinión, la iglesia protestante aceptaba algunas ideas y prácticas católicas con demasiada liberalidad) y esperaban encontrar, en el continente americano, la libertad religiosa. Sin embargo, esto no cuenta toda la historia.
Cuando los peregrinos abandonaron Inglaterra, al principio, no se dirigieron al otro lado del Atlántico, sino a Holanda. Allí establecieron una comunidad, pero seguían insatisfechos desde el punto de vista religioso, no porque no hubiera suficiente libertad, sino porque había demasiada. La República Holandesa era “demasiado” tolerante, y el Nuevo Mundo sería un lugar donde podrían seguir el puritanismo inglés y nada más. Como dijo más tarde, en 1647, Nathaniel Ward, residente en Massachusetts: “Todos los familistas, antinomianos, anabaptistas y otros entusiastas tendrán libertad para mantenerse alejados de nosotros, y los que vengan que se vayan tan rápido como puedan, cuanto antes mejor”.
Ningún lugar del mundo está tan asociado con la paranoia y la brutalidad de la caza de brujas como la pequeña ciudad de Salem, en Massachusetts. Los y las visitantes acuden en masa, sobre todo en Halloween, para ver dónde tuvieron lugar los juicios de brujas más famosos del mundo. Eso sí, las cifras van disminuyendo en comparación con las decenas de miles de víctimas que se cobraron los periodos de histeria en Europa en los siglos XVI y XVII. En 1692 y 1693, más de 200 personas de Salem y sus alrededores fueron acusadas de brujería, 30 fueron declaradas culpables y 20 fueron asesinadas.
Una imagen común de los juicios a las brujas de Salem es la de mujeres vestidas con trajes típicos puritanos siendo quemadas en la hoguera. Aunque la quema de brujas acusadas tuvo lugar, ciertamente, en algunas partes de Europa, el castigo en Salem fue la horca. Empezando por Bridget Bishop, 19 víctimas murieron en la horca, mientras que la última víctima, Giles Corey, murió mientras era torturado tras negarse a declararse culpable. Varias más perecieron en prisión a causa de las malas condiciones y la desnutrición. Los cuerpos de las “brujas” fueron enterrados sin ceremonias en fosas poco profundas.
Según la versión escolar del primer Día de Acción de Gracias, los amistosos “indios”, en particular, el noble Squanto, enseñaron a los esforzados peregrinos a cultivar alimentos y a adaptarse a la tierra durante su tórrido primer invierno en el Nuevo Mundo. Al año siguiente, en 1621, los colonos les devolvieron el favor invitando a la tribu local a compartir su abundante segunda cosecha. Hoy, Acción de Gracias es un momento de unión en el que las familias se reúnen para compartir una abundante comida.
Sin embargo, esta historia mitificada pasa por alto las relaciones reales entre los colonos ingleses y los wampanoag. Estos últimos deseaban formar una alianza, no por amistad, sino por pragmatismo, pues estaban devastados por las enfermedades y necesitaban desesperadamente ayuda contra las tribus rivales hostiles. El Día de Acción de Gracias no se originó en 1621, sino que se basaba en una costumbre histórica ya conocida por los peregrinos. Los wampanoags ya habían tenido un siglo de contacto con los europeos y las enfermedades europeas. Y a largo plazo, el mito de Acción de Gracias da paso a una historia drásticamente distinta: la de siglos de trato brutal y opresión de los pueblos indígenas.
Orson Welles se lanzó a la estratosfera cinematográfica con el estreno, en 1941, de su debut en el largometraje, Ciudadano Kane, pero demostró sus habilidades narrativas para acaparar titulares tres años antes. El 30 de octubre de 1938, dirigió y narró una adaptación radiofónica de la seminal novela de ciencia ficción de HG Wells, La guerra de los mundos. Ambientada en la costa este estadounidense, utilizaba falsos boletines de noticias para añadir realismo a la invasión alienígena. Para algunos oyentes, resultó demasiado real.
Algunas informaciones decían que, tras la emisión, personas aterrorizadas llenaban las calles y telefoneaban a sus seres queridos. Una mujer se rompió el brazo al caerse en medio del pánico, mientras que otra entró corriendo en una iglesia proclamando el fin del mundo. Los periódicos llenaron sus portadas de histeria nacional. En realidad, se trataba de incidentes aislados que no se acercaban, ni de lejos, al pánico del que se hablaba. Los periódicos ansiaban poder desacreditar la producción de Welles: la radio se estaba comiendo los ingresos publicitarios de la prensa escrita, y esta era una gran oportunidad para mancillar la tecnología. Sin embargo, Welles hizo poco por acallar los informes y se benefició enormemente de su repentina celebridad.
Como hombre que dirigió el Ejército Continental en la Guerra de la Independencia y que luego fue elegido por unanimidad para desempeñar el cargo de presidente inaugural de Estados Unidos, la vida de George Washington se ha contado y recontado una y otra vez como parte de su intachable reputación de padre de la nación. Una de sus leyendas más perdurables es que, de niño, taló un cerezo del jardín familiar con un hacha, un nuevo don que estaba ansioso por aprender.
Cuando se enfrentó a su padre, el joven Washington admitió inmediatamente que era responsable de los daños, diciendo: “No puedo decir una mentira”. Lejos de enfadarse, su padre alabó la honradez de su hijo, que, según él, valía más que mil árboles. Es una historia entrañable que ensalza las famosas virtudes de Washington, pero no hay razón alguna para pensar que fuera verdad. La ficción apareció, por primera vez, en una elogiosa biografía de Washington escrita por Mason Locke Weems poco después de su muerte. Y ni siquiera en la primera edición del libro, sino en la quinta.
El 4 de julio es una de las fiestas más importantes del calendario estadounidense, una celebración del día en que los colonos americanos declararon su independencia de Gran Bretaña y, haciendo valer sus derechos inalienables a “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, fundaron una nación. No es sorprendente que se eligiera el 4 de julio de 1776 para este honor, ya que es la fecha que encabeza la Declaración de Independencia. Pero en realidad, la fecha más significativa fue dos días antes: el 2 de julio, cuando las colonias votaron para convertirse en una nueva nación. El Congreso Continental simplemente tardó dos días en aprobar la documentación.
El Padre Fundador John Adams escribió que el 2 de julio sería la “Epocha más memorable de la Historia de América”. Además, la firma de la declaración no tendría lugar hasta el 2 de agosto, y los 56 delegados del Segundo Congreso Continental tardaron aún más en poner su nombre en el sagrado papel. La Guerra de la Independencia también estaba entonces en su segundo año, y el nacimiento simbólico de Estados Unidos tendría poco significado práctico sin la victoria, que no se consiguió formalmente hasta el Tratado de París de 1783.
Esto es más o menos cierto, pero solo más o menos. En 1962, el primer ministro soviético Nikita Jruschov envió misiles nucleares a Cuba, con la esperanza de establecer una base nuclear a las puertas de Estados Unidos. Y cuando esos misiles fueron descubiertos y la armada estadounidense bloqueó la isla, por orden del presidente John F. Kennedy, este ordenó que los misiles fueran desmantelados y retirados rápidamente. Sin embargo, la retirada (y toda la operación) no fue tanto una tregua rusa como parecía en la prensa estadounidense.
El público estadounidense no lo sabía, pero Jruschov había logrado un objetivo estratégico mayor. El presidente Kennedy prometió públicamente no invadir Cuba, un tema candente dada la desastrosa invasión de Bahía de Cochinos del año anterior. No obstante, entre bastidores, también prometió que Estados Unidos, tras un breve paréntesis, retiraría sus propios misiles de las bases estadounidenses de Turquía. Hoy se recuerda la crisis como lo más cerca que el mundo ha estado de una guerra nuclear, ya que sus dos grandes superpotencias nucleares estuvieron más cerca del conflicto militar directo que en ningún otro momento de la Guerra Fría.
La Casa Blanca es el lugar donde viven los presidentes de Estados Unidos y George Washington fue el primer presidente del país, por lo que es fácil suponer que George Washington vivió alguna vez en la Casa Blanca. En realidad, nunca tuvo la oportunidad: cuando Washington se convirtió en presidente, Washington DC ni siquiera era la capital, y aún no habían comenzado las obras del emblemático edificio de columnas blancas.
Fue el sucesor de Washington, el segundo presidente John Adams, el primero en llamar hogar a la Casa Blanca. Se mudó al edificio con su esposa Abigail cuando aún estaba inacabado, en 1800.
En cambio, Washington empezó su presidencia viviendo en la casa de Samuel Osgood (en la foto) en Nueva York con su familia. Su ubicación era incómoda y bastante pequeña, por lo que el hogar presidencial se trasladó a otra residencia en la parte baja de Broadway en 1790, y más tarde a una casa en Filadelfia. Sin embargo, escribió el primer capítulo de la historia de la Casa Blanca: eligió el emplazamiento del edificio en 1791.
Existe una imagen popular del Viet Cong, reforzada por las películas sobre la guerra de Vietnam, como bandas de guerrilleros desaliñados que lanzaban emboscadas relámpago a soldados estadounidenses bien armados pero flanqueados, antes de desaparecer en la jungla tan rápido como habían llegado. Y, aunque el Viet Cong hizo un uso eficaz de las tácticas de guerrilla y del terreno, no era un grupo de desarrapados: era una fuerza de combate bien organizada y equipada, con un importante apoyo internacional.
El Viet Cong y el Ejército de Vietnam del Norte formaban juntos una gran fuerza. Las operaciones del Viet Cong en Vietnam del Sur solían estar coordinadas por el ejército del norte, y se llevaban a cabo con fusiles de fabricación rusa que eran más que un rival para las armas estadounidenses. China y la Unión Soviética canalizaron miles de millones de dólares de ayuda militar y económica hacia la causa comunista, mientras que China incluso envió tropas a Vietnam a finales de la década de los sesenta. En cuanto a potencia de fuego, el ejército estadounidense tenía definitivamente ventaja, pero no era la historia de David contra Goliat que a veces se ve en la pantalla.
Hay algo de verdad en ambas cosas. George Washington tuvo problemas dentales durante la mayor parte de su vida adulta, y es comúnmente conocido que solo le quedaba un diente de verdad en el momento de su primera toma de posesión. Sus problemas empezaron a la tierna edad de 24 años y, a lo largo de su vida, sus anotaciones en su diario están plagadas de referencias a dientes doloridos, encías inflamadas y pagos a diversos expertos dentales. En segundo lugar, esos famosos retratos no mienten: el presidente solía tener el pelo sospechosamente blanco.
Sin embargo, no llevaba dentadura postiza de madera ni peluca. Utilizó por varios juegos de dentaduras a lo largo de su vida, pero, contrariamente a la leyenda, estaban hechas de diversas combinaciones de marfil, latón, oro, dientes de animales y dientes humanos. Este juego de dentaduras permanece expuesto en Mount Vernon e incluye dientes humanos, de vaca y de caballo. Su pelo, por otro lado, era suyo. Algunos de los Padres Fundadores llevaban pelucas blancas, como se estilaba en la época, pero Washington optó simplemente por peinarse como quería con polvos blancos.
Es una imagen habitual de la Guerra de Secesión: el soldado rudo y estoico que toma un último trago de whisky antes de que el médico se ponga a trabajar, el miembro que pronto perderá sujeto por un torniquete improvisado. A veces, el soldado “muerde la bala”, expresión supuestamente derivada de la práctica de dar balas a los heridos para que las muerdan durante las horribles operaciones en el campo de batalla. Es cierto que los cirujanos de campaña se enfrentaban a condiciones difíciles en los campos de batalla de la Guerra Civil, y que sus hospitales de campaña eran lugares brutales, empapados de sangre y con mala reputación entre los hombres.
Por suerte, sin embargo, no operaban habitualmente sin anestesia. La Guerra de Secesión no fue un conflicto de la época medieval, y las estimaciones sugieren que sí se utilizaba anestesia, normalmente éter o cloroformo, en las cirugías siempre que fura posible, lo que representó el 95 % de todas las cirugías de la Guerra de Secesión. Con bastante menos fortuna, las amputaciones fueron muy frecuentes durante esa guerra. Las balas de mosquete y los disparos de cañón eran armas destructivas que podían mutilar y destrozar horriblemente los miembros. En este sentido, la guerra creó una clase de veteranos discapacitados que volvían a casa con las mangas y las perneras de los pantalones vacías.
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